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«¿Cuánto/Cómo de absurdo es escribir un diario?»

Varena es un antidiario en el que el frío está presente como un personaje fuera de campo; es un conflicto por nombrar aquello que se cree saber tal y como lo aprendimos en una inercia pastosa, en la que referentes culturales se tornan inútiles hacia nosotros —seres ya indolentes— adquiriendo la vida un halo de montaje cinematográfico. Una vida donde no saber el idioma es nieve, como si la nieve fuera una identidad por la que poder pisar sin arrugar tu cuerpo, sin sentir el fracaso del paisaje y sus coordenadas hacia el éxito dentro de una lucha de palabras, en un invierno que no nos corresponde, como ningún presente.

[t] 2019  //  ISBN 978-84-948280-7-2  //  208 páginas  //  18,00 €

Varena

MANUEL ONETTI

Marginalia

¿Cuánto/Cómo de absurdo es escribir un diario?


Estamos en medio de un bosque, perdidos entre los árboles y los grados bajo cero que rezuma el termómetro. Nos movemos mediante una inercia maleable, resbaladiza, sin forma fija y viscosa, que por más que lo intentemos no podemos despegarla de la piel. El relato va en paralelo a nosotros, o sobre nuestras cabezas, o justamente detrás, o nos golpea en la cara… Podemos sentir que nuestra vida se monta en idas y venidas, flashforwards y flashbacks; ha dejado de ser algo real para convertirse en una representación. Esto es Varena: una articulación diarial que se descompone en su imagen en el sentido debordiano: algo que mediatiza las relaciones sociales transformando la sociedad real en irrealismo.


Pero, ¿qué es un diario? Para empezar, es una expresión aficcional, un género documental, según Hans R. Picard, es «el proyecto de una idea, más inconsciente que consciente, que el yo tiene de sí mismo». Sin embargo, es este rasgo el que ha posibilitado que saltara a la literatura pues, ¿acaso toda percepción del yo no esconde algo de ficción? El diario  adquiere entonces una estructura estética, que en el caso de Varena se ve reforzada al incluir estructuras comunicativas propias del montaje cinematográfico —de nuevo la irrealidad de la sociedad del  espectáculo—; el tiempo no es lineal, y el «yo» es «él»: «Entró en una  panadería y compré un pan de ajo», escribe el autor jugando con dos narradores y, por tanto, con dos narratarios (aquellos a los que se dirige el narrador, independientemente del lector).


En Varena, el mundo de la narración —valorando como tal no solo la literaria, sino todo acto que conlleve contar una historia, como en este caso un antidiario— supone, además de colocarse en la posición enfrentada, un espacio de conflicto político en el sentido de ejercicio de poder y de dialéctica pública-privada que afecta directamente a la comunicación y que se concibe como un acto de rebeldía. Ya no leemos un diario, sino un antidiario en el que el protagonista se sirve de la deriva situacionista para escapar de una rutina diaria atrapada en la nieve y buscar —como decía Jean Baudrillard en Cultura y Simulacro— un «pasado visible, un continuum visible, un mito visible de los orígenes que nos tranquilice acerca de  nuestros fines, pues en el fondo nunca hemos creído en ellos».

—greylock

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