«Soy una anciana, cumplí cincuenta años la primavera pasada. Soy vieja y solitaria y, sin embargo, al evocar el pasado he de decir que he vivido cosas a menudo peores que la serenidad que me rodea ahora, y rara vez cosas realmente buenas».
Dos temas principales marcan el trabajo de Margit Kaffka: la desaparición de la nobleza y la condición de la mujer en el cambio de siglo del XIX al XX. Es a través de esto que Kaffka llega a sus crueles confesiones sobre sí misma, como mujer independiente, en medio de una sociedad húngara con una organización anacrónica y desgarrada por las contradicciones.
Sin embargo, lejos de lo que pudiéramos pensar, la autora no elige en Colores y años para dar voz a esos pensamientos a una mujer emancipada, sino a una figura que se autocondena a la resignación. Magda Pórtelky es una mente lúcida, víctima pasiva en su propia vida, que simboliza la tragedia de otras mujeres que luchan por sobrevivir siguiendo las viejas pautas sociales en un mundo cambiante.
Con su rico conjunto de personajes y su fuerte narrativa trágica, el mensaje de Kaffka sobre el destino de las mujeres asignadas a roles insignificantes en una sociedad controlada por hombres encuentra su verdadero eco en el trabajo de Virginia Woolf y otras escritoras del siglo XX.
Traducción de Eszter Orbán y José Miguel González Trevejo // [n] 2023 // ISBN 978-84-121975-9-4 // 412 páginas // 23,00 €
Colores y años
MARGIT KAFFKA
Marginalia
El destino de Magda Pórtelky, protagonista de Colores y años (1912), lleva consigo la destrucción silenciosa de la vida de una mujer gastada por la vergonzosa decencia de un mundo que se hunde. La forma de vida que fijó los límites de su pensamiento, deseos y posibilidades poco a poco se va convirtiendo en un recuerdo; entregando las vidas que lleva consigo al despiadado tiempo. Los muros protectores del mundo de la memoria se desmoronan lentamente y emerge la figura de la mujer vulnerable. El destino de la heroína y la novela conducen a emociones mezquinas cada vez más abiertamente enfrentadas. Solo un estado de ánimo de calma débil puede hacer olvidar las notas finales de aspereza.
Sin embargo, Magda no puede clasificarse entre los héroes de la nobleza de la literatura húngara. Su vulnerabilidad nunca encontró expresión, sus sentimientos rebeldes fueron reprimidos en el momento de su nacimiento en el orden reconfortante de la disciplina familiar y el respeto a las costumbres, pues no podía apelar a ninguna parte. Y cuando rompe con el orden útil y protector, no puede gozar verdaderamente de la libertad.
Pasiva, impotente, siempre se ve impedida de tomar decisiones y hacer cosas realmente importantes por alguna extraña cobardía, a pesar de que podría haber dado un gran impulso a su destino unas cuantas veces. Es víctima de verse privada de la posibilidad de una actividad independiente, pero también se siente cómoda en el marco de una vida gobernada por otros. Su pasividad involuntaria es tan medida que muchas veces la sentiríamos como un animal si no fuera por su entorno improductivo, inútil y en deterioro, y si su edad no cerrara todos los caminos a una vida más valiosa a su alrededor. Su feminidad también se caracteriza por una pasividad a veces tortuosa, pero que viene de lo profundo. Su amor sano ni siquiera puede desplegarse, por lo que no sabemos si considerar sus sentimientos románticos, su frigidez previsible y su entrega forzada como causa o consecuencia. La historia de su vida amorosa es a la vez bella y perturbadora, en ella solo el recuerdo del romántico juego de fantasía y el brillo frío e incorpóreo de las noches de graduación evoca alegría.
Esta caracterización multifacética advierte que no se trata de la decadencia del individuo: Magda Pórtelky está sujeta a cambios mayores; víctima, pero también parte inseparable del destino. El amplio alcance de la novela refleja toda la vida de Hungría a principios de siglo.
La figura y el destino de Magda Pórtelky están rodeados por el mundo decadente y ricamente representado de la nobleza de finales de siglo. Este es el paisaje del Ugar húngaro, donde aunque permanezcan los carros de trigo, los barriles llenos y las filas de tocino, la vida está inmóvil, muerta y entumecida. Este es el paisaje en el que la gente solo se mueve durante las reuniones del condado o las reuniones familiares. Aquí es donde los ambiciosos se convierten en excéntricos tragicómicos. ¡Cuánto sabe Kaffka sobre este mundo que se hunde y cuán preciso es su conocimiento! No se conforma con registrar el triste resultado, también siente curiosidad por la prehistoria de sus héroes.
La vida de Magda Pórtelky no es un derrumbe rápido y trágico, como, por ejemplo, el de los héroes de la alta burguesía de Móricz: solo se desploma sobre pequeños problemas cotidianos, fricciones sin estrés. Ni siquiera encontramos calor dramático en esas escenas en las que podrían haberse construido grandes enfrentamientos sin exageración romántica. La descripción del suicidio del primer marido ejemplifica sensiblemente este método creativo. Las palabras de la heroína, hablando en primera persona, no recuerdan el horror y lo extraordinario de sus sentimientos en ese momento; la escritora se detiene casi intencionadamente en la descripción precisa de pequeñas realidades. Logra un gran efecto expresando sus pasiones de manera controlada lo que hace presente la objetividad de la escritora en casi todas sus líneas. La naturaleza de los hechos, eventos y cosas se muestra, mientras que la posición de la creadora permanece en un segundo plano.
Parece paradójico, pero esta objetividad se ve favorecida por la emergente simpatía de la escritora hacia su heroína. Toda la novela está impregnada de nostalgia trágica. La narración en primera persona y la actitud evocadora alimentan la simpatía desde el principio, aunque la escritora expresa directamente que ama a su heroína y siente pena por el mundo de cuya destrucción habla. Esta nostalgia, mezclada con la verdad despiadada, le da a la obra una tensión especial. No dibuja una niebla sensible sobre la decadencia, no impide decir que el mundo de la nobleza debe perecer. La relación personal de la escritora con el mundo representado aumenta el poder del efecto artístico, hace que la corrección del juicio sea más convincente. Después de todo, el juicio de la historia lo formula la misma persona que sufre.
Sin embargo, esta nostalgia no solo está relacionada con las limitaciones personales: su presencia también expresa que el relato de Kaffka está siendo contado a principios del siglo XX, cuando el desarrollo burgués húngaro ya había golpeado sus propios ideales. La novela no lo dice directamente, pero varias figuras y escenas dan testimonio del hecho de que la escritora no puede presentar ideales positivos realizados frente al desaparecido mundo de la nobleza. Por eso pone a los escuderos limitados (el primer marido y su familia) al lado de los héroes de la nobleza.
Y busca en vano también señales alentadoras aun siguiendo el camino de la mujer. Magda Pórtelky va hacia la decadencia, lleva su sentencia de muerte: la edad no le da salida. Las paredes se derrumbaron a su alrededor y quedó fuera de la protección de su orden social. En la capital, el camino artístico ofrece una salida por un momento, pero incluso en los primeros experimentos hay que detener las distorsiones de los deseos y prejuicios baratos. Pronto se da cuenta de que aquí reina la misma vida de mujer mezquina y sin rumbo de la que huye en ese momento, la misma vulnerabilidad que hace tan alarmante la vergonzosa decencia del matrimonio forzado.
Kaffka ve entonces que el orden civil tampoco crea armonía, que los males sociales que destruyen a la nobleza son reemplazados por otros nuevos, por lo que su juicio se presenta junto a su nostalgia. Al incluir a la nobleza caída en la novela, formuló un fenómeno que, según grandes contemporáneos, es el problema más típico de la vida húngara a principios de siglo. Aun así, su tema no la empuja a la periferia de la literatura: al presentar el mundo de la destrucción, puede magnificar el foco de la enfermedad de todo el desarrollo social húngaro. En el destino de la nobleza, los síntomas de la decadencia social aparecen sin disimular, y los colores de la imagen resultante se hacen aún más llamativos por la refracción del amargo destino femenino que completa la tragedia de la nobleza. Por eso Zsigmond Móricz puede decir de esta obra que «la crítica de la sociedad puede sacar de ella mucha más legitimidad que de la vida misma». Por eso Aladár Schöpflin puede hablar a un alto nivel: como representación social, «pertenece a las mayores novelas húngaras».
El hecho de que la nostalgia, el apego emocional y la crueldad del juicio de Kaffka no dividieran la novela es debido en gran medida al impresionismo, que supo dar estilo al impulso de la escritora y al material novedoso, que se tensaba entre los opuestos. El impresionismo reunió todos sus esfuerzos anteriores en un lecho común. Su agnosticismo hizo pensar en el desengaño de los primeros años, el pesimismo heredado de la época y la profunda amargura surgida de las crisis humanas. La estructura unificada de su método artístico hizo posible que la necesidad de lo nuevo, que se había desviado por los caminos del Art Nouveau, fuera decididamente musculada y saturada de un fuerte sentido de la edad. Su sensualismo y su alta sensibilidad a las influencias espirituales conectaron el interés psicológico, que hasta ahora se había estancado tantas veces en la excitación de la experimentación, con la circulación sanguínea viva del arte. Y sobre todo: la mirada con la que el impresionismo podía acercarse al mundo, y con la que Kaffka podía acercarse a la historia de Magda Pórtelky, se encontraron. La obra que se nutre de lo visual, que carece de un marco predefinido y simplificado de conexiones, ofrece una forma de reflejar en ella el alma errante en el caos de la historia, con todas sus emociones, aunque estén luchando entre sí. Sin embargo, en Colores y años, no solo el alma de la escritora vacila; la época que hay detrás también es confusa, y tal vez empuja a la escritora que lucha por expresarse hacia un colorido mosaico de impresiones. Kaffka no solo se apodera del encanto de la vista del impresionismo, sino también de su lucha interior, que es intensificada aún más ferozmente por su alma en lucha. Esto le da una vitalidad especial a la novela, tensa la calma de las imágenes y los recuerdos ondulantes. Si el impresionismo protegió a la escritura de las interferencias externas, entonces esta lucha marcó para siempre el límite más allá del cual comienza el mundo de la realidad sublimada en un mero espectáculo, la pálida belleza de los estados de ánimo incorpóreos.
[Extraído de: Historia de la literatura húngara. Volumen V, LA HISTORIA DE LA LITERATURA HÚNGARA DE 1905 A 1919. GRANDES ESCRITORES DE LA ÉPOCA - NUEVAS ASPIRACIONES CREATIVAS. 7. MARGIT KAFFKA (1880 – 1918) (GYÖRGY BODNÁR). Colores y años]